25/10/2013 - Argentina
Las particularidades y complejidades de la relación empleador/a – empleada se sentaron a la mesa de discusión en el marco de las jornadas sobre trabajo doméstico organizadas en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES). Las lógicas desigualitarias que estructuran la demanda, el impacto de las prácticas informales sobre los derechos laborales y la comida como configuradora de las relaciones entre las partes, fueron los temas del evento que coordinó Lorena Poblete el pasado jueves 17.
COMUNICAR IGUALDAD- Casi el cien por ciento de las tareas de trabajo doméstico son cubiertas por mujeres y en un alto porcentaje de los casos también las empleadoras lo son. En la división sexual del trabajo, históricamente, recayó sobre ellas la carga de las tareas de la casa y del cuidado de menores y mayores, mientras al hombre le estuvo reservada la función de “proveedor”. En ese contexto, cuando un varón hace una tarea que por mandato corresponde a la mujer, es presentado como algo excepcional y más ligado a la elección y al placer, que a la responsabilidad.
Una de las últimas publicidades televisivas de una gaseosa de primera marca estuvo basada en el relato de una adolescente sobre las costumbres gastronómicas de su familia. Como el padre y la madre eran de origen italiano y español, la madre cada día debía poner a la mesa opciones de comida representativas de cada tradición. Mientras los y las hijas pasaban sin prestarle atención y elegían los platos dejados sobre la mesa, la mujer seguía parada, de espaldas, abocada a la tarea. La moraleja era que el domingo, “papá” lograba la síntesis perfecta y preparaba el asado criollo. Entonces, con cada quien ocupando prolijamente un lugar a la mesa, el hombre sonreía satisfecho, en primer plano, mientras era aplaudido por unanimidad. Aunque es sólo un ejemplo, vale para pensar el lugar que la mujer y el hombre ocupan al interior de las familias heterosexuales.
Un largo e intenso camino se recorrió en las últimas décadas, con la incorporación creciente y sostenida de la mujer al ámbito público y al régimen de trabajo remunerado. Sin embargo, poco camino se ha recorrido en el sentido inverso, es decir en el de incorporar al varón a la corresponsabilidad de las tareas del hogar. Mientras algunas mujeres, sobre todo jóvenes, deciden, por ejemplo, no planchar las camisas de ellos, muchas otras lo siguen haciendo. Por el contrario, es muy difícil encontrar varones planchando las remeras de sus parejas. La tercerización de las tareas de la casa y del cuidado de niñas y niños sobrevino como posibilidad ante la tensión de la doble y hasta triple jornada de las mujeres. Lejos de ser la solución ideal, la práctica trajo nuevos conflictos en los que, una vez más, las mujeres son las perjudicadas. Si están del lado de quienes contratan, cae sobre ellas la gestión concreta y financiera (para que se justifique que salga a trabajar debe pagar menos de lo que ella gana por lo que deja de hacer en la casa). Si están del lado de quienes toman los trabajos, se enfrentan a condiciones mayormente precarias de contratación.
Recién este año, en nuestro país se aprobó el Régimen de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares (Ley 26.844), que regula la cantidad de horas laborales, las licencias y las indemnizaciones. Respecto a las remuneraciones, establece la obligatoriedad del pago de aguinaldo y fija un salario mínimo a determinar por el Ministerio de Trabajo, hasta tanto se constituya la Comisión Nacional de Trabajo en Casas Particulares (CNTCP).
La jornada en IDES se realizó en el marco de un acuerdo de cooperación internacional entre el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación productiva (MINCyT) y el programa ECOS-Sud (Francia). Por Argentina a través de Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CIS-CONICET)/ Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y por Francia a través del CLERSÉ-Université de Lille 1.
¿Por qué externalizar las tareas domésticas?
La exposición del francés Francois – Xavier Devetter tuvo como eje el análisis de las lógicas de la demanda, “encastradas en mecanismos que producen desigualdad”. Para él, la externalización de las tareas domésticas se justifica por la falta de tiempo y la necesidad de conciliar la vida profesional y la familiar, mientras que en verdad, “es la desigualdad en el ingreso la variable explicativa” (mano de obra barata y clientela adinerada).
Respecto a la posición de varones y mujeres frente a la tercerización del “trabajo sucio”, Devetter observa que el hecho de que son las trabajadoras “menos empleables” quienes ocupan los puestos de limpieza, pone en evidencia “la desvalorización de las tareas”.Asimismo observa una “retracción del compromiso de los hombres” que se desentienden cada vez más del tema. Y agrega: “parece que la externalización de las tareas domésticas representa para las mujeres que disponen de ingresos suficientes, el ‘mal menor’, pero sigue siendo una situación menos positiva que la del reparto equitativo entre los géneros”.
La ambigüedad entre el derecho laboral y las condiciones de informalidad intrínseca
Francisca Pereyra (UNGS) se refirió a la precariedad de la contratación del servicio doméstico “ejercido por mujeres de sectores popular” que conlleva el “refuerzo de su subvaloración” . Remarcó también la expansión de la modalidad que se ha extendido de los sectores altos a los sectores medios. “El servicio doméstico cumple – por lo menos – una doble funcionalidad entre los hogares mejor posicionados, amortiguando/ocultando desigualdades de género y reproduciendo los privilegios de clase”.
La desvalorización de las tareas de cuidado y la invisibilización de su importancia favorece la informalidad de las contrataciones y se mezcla con conceptos como la “ayuda”. El vínculo de las trabajadoras con la intimidad del hogar empleador crea ilusiones del tipo de “ser parte de la familia” y confunde afectos y favores con responsabilidades, jerarquías y derechos.
Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares 2012, a mediados de ese año, casi el 85% de las trabajadoras domésticas no estaban registradas. De acuerdo a la investigación de Pereyra, las empleadas, dentro del margen de negociación que pueden llegar a tener, priorizan el tema remunerativo como demanda más urgente que la formalización laboral. Por su parte, las empleadoras “ubican la responsabilidad de la no realización de aportes en que a las propias empleadas no les interesa por temor a perder un plan social o porque tienen cobertura médica por el marido”. La gran dificultad de la formalización se ubica, entonces, en el carácter personalista de los conflictos que no tienen todavía un marco concreto de organización colectiva.
Relaciones configuradas a través de la comida
Para Débora Gorbán (CONICET – IDAES) “la comida construye lugares sociales jerarquizados”. El trabajo doméstico remunerado que se sostiene “a partir de relaciones de subordinación de clase, raza, género y migración” tiene respecto a otro tipo de contrataciones precarias, la particularidad del contexto en el que se realiza la tarea: el hogar empleador. “Los aspectos inferiorizantes de la actividad son incluidos por medio de las prácticas de control y demarcación de límites a través de la comida, la restricción en el tránsito de los espacios, el uso de uniformes, etc.”
La investigadora señaló que, en gran parte de casos, se justifica la provisión de alimentos diferenciales en un supuesto gusto sofisticado de quienes contratan en contraposición a un gusto sencillo de las empleadas. “Para muchas, es una situación normalizada no poder comer cualquier cosa que haya en la casa, y que, por el contrario, les ofrezcan las sobras o algo distinto a lo que come la familia, de peor calidad; o incluso, en muchos casos, que les prohíban comer”.
En ese marco, Gorbán, enfatiza el hecho de que frente a las estrategias de control las trabajadoras ensayan tácticas de resistencia. O bien por no aceptar sentarse a la mesa de sus empleadorxs en los casos en que se les ofrece como una muestra engañosa de pertenencia, o bien por desafiar las prohibiciones de comer ciertos alimentos. Como sea, la respuesta no pasiva es un desafío frente a una práctica que opera bajo lineamientos de “jerarquización e inferiorizantes, no solo de la actividad, sino de las propias trabajadoras”.
El debate
Rosalía Cortés (CONICET –FLACSO) y Valeria Esquivel (CONICET – UNGS) sumaron sus voces al finalizar las exposiciones del panel. Esquivel enmarcó la problemática en un contexto de “multiplicidad de desigualdades” en el que “los varones siempre hacen poco” yenfatizó la necesidad generar un abanico de políticas públicas que acompañen la lucha por la inclusión al ámbito formal y de pleno derecho de las trabajadoras domésticas. Cortés, por su parte, cuestionó la efectividad de los subsidios vía restitución de impuesto a las ganancias para quienes registren a sus empleadas, por beneficiar a las clases más acomodadas en lugar de destinar los recursos en forma directa para las trabajadoras.
De una u otra forma, lo cierto es que mientras un millón de personas, de las que se estima que el 95% son mujeres, sigan sometidas a condiciones de trabajo precarias y a jerarquías que desvalorizan su tarea e invisibilizan sus derechos, la democracia continuará teniendo una gran deuda para con la sociedad en su conjunto.
Fuente: Lourdes Landeira, Comunicar Igualdad.
Para mayor información:
http://www.comunicarigualdad.com.ar/empleadas-de-casas-particulares-desigualdades-de-clase-y-de-genero/