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El cuidado y la autonomía económica de las mujeres
Abril de 2011 - América Latina y el Caribe
El Observatorio de igualdad de género de América Latina y el Caribe es un mandato de los gobiernos de la región que, en la décima Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe en 2007 solicitaron su constitución. Se pone en marcha en 2008 para contribuir al fortalecimiento y la sistematización de la producción de las estadísticas de género, dar seguimiento a las políticas públicas destinadas a fomentar la igualdad de género, apoyar a los gobiernos en el análisis de la realidad regional y difundir buenas prácticas de políticas de igualdad de género.
Para cumplir con estos propósitos el Observatorio pone a disposición de los gobiernos un grupo de indicadores de igualdad de género y herramientas analíticas para la formulación de políticas, mantiene actualizado el seguimiento de temas críticos para la igualdad de género y de politícas justas y ofrece un sitio web con información sistemática y de fácil acceso (www.cepal.org/oig). Los indicadores de género propuestos por el Observatorio dan cuenta de la autonomía de la mujer en los ámbitos de la vida privada y pública y se dividen en tres autonomías necesarias para el ejercicio pleno de sus derechos como personas, por tanto se organiza en función de las mismas, la autonomía económica, física y la autonomía en la toma de decisiones.
El Observatorio de igualdad de género también incluye a España, Portugal y Andorra. Aquí no solo existe un parámetro en el análisis comparativo sino una historia que acerca a la región con los países de la península ibérica, además de un pasado común marcado por la transmisión de valores culturales.
Este número del boletín del Observatorio está dedicado a la autonomía económica de las mujeres. Para lograr la autonomía económica se debe redistribuir la carga total de trabajo y de tiempo entre hombres y mujeres. Esto quiere decir que empleo y cuidado son dos caras de una misma moneda. Las mujeres no pueden dedicarse al trabajo remunerado mientras no se resuelva la carga del trabajo no remunerado que recae históricamente sobre sus hombros.
Los avances o retrocesos en la autonomía económica de las mujeres, en la actualidad, se miden y analizan a partir del desarrollo de dos indicadores: "Población sin ingresos propios por sexo" y "Tiempo total de trabajo".
Población sin ingresos propios por sexo
El 31,6% de las mujeres en América Latina no tiene ingresos propios. Solo el 10,4% de los hombres se encuentra en esa situación. O sea, casi un tercio de las mujeres de América Latina no recibe remuneración por su trabajo, es decir, no participa del mercado laboral, ni de forma dependiente ni independiente, formal u informal, no cuenta con protección social (asociada al empleo formal), no recibe transferencias ni del Estado, ni de familiares, no recibe pensión alimenticia ni de ningún tipo, tampoco jubilación (ni tendrá derecho a ella), no tiene propiedades ni activos a su nombre. Casi un tercio de las mujeres de América Latina son dependientes de otros, es decir, no cuentan con autonomía económica, por lo tanto, no cuentan con autonomía en general y se encuentran en posición de franca desigualdad con sus pares hombres. Esto las hace especialmente vulnerables a la pobreza. La posesión de activos tal como una vivienda propia, por ejemplo, ayuda a las mujeres a enfrentar mejor la adversidad, especialmente en casos de rupturas conyugales o viudez.
Este indicador se define como "porcentajes de hombres y mujeres de 15 años y más que no reciben ingresos monetarios y no estudian sobre el total de la población femenina o masculina de 15 años y más que no estudia". Para su elaboración se utilizaron las encuestas de hogares correspondientes a la ronda 2005 y 2007 o aquellas que se ajustaron a esos años.
El ingreso monetario que perciben los individuos es un dato fundamental para visibilizar las desigualdades de género. Cuando las personas no disponen de ingresos propios carecen de autonomía económica. Por ende, en la medida en que las mujeres detentan y aumentan sus ingresos propios adquieren mayor autonomía económica y se empoderan, puesto que se igualan en condiciones con los hombres. La autonomía económica permite a las mujeres dejar de depender de sus maridos, parejas o ex parejas para poder sobrevivir. Sin embargo, es fundamental saber a qué corriente de ingresos corresponden los ingresos de las mujeres, puesto que ello también devela situaciones de desigualdad y vulnerabilidad económica.
Tiempo total de trabajo
La implementación de las encuestas de uso del tiempo ha contribuido a visibilizar esta carga de trabajo no remunerado que realizan las mujeres. Como afirma la ministra García Gaytán en la entrevista realizada para este boletín, "en México, el valor económico del trabajo no remunerado equivale al 21,6% del Producto Interno Bruto. De éste, el 78,3% es contribución de las mujeres".
El tiempo total de trabajo se mide a través de las encuestas de uso del tiempo. Estas encuestas son complejas y costosas, por ello es importante destacar que 9 países de América Latina ya cuentan con encuestas o con módulos de encuestas sobre el uso del tiempo y varios los que prosiguen con la medición del valor monetario del trabajo no remunerado.
Los países con datos, muestran que al sumar el tiempo de trabajo total esto es, (trabajo remunerado y no remunerado) en todos los casos las mujeres trabajan más que los hombres. En segundo lugar, si bien los hombres dedican más horas al día al trabajo remunerado, las mujeres le dedican más horas diarias al trabajo no remunerado. En todos los casos, las mujeres trabajan más tiempo.
La medición y comparación del tiempo destinado al cuidado por mujeres y varones ha generado evidencia inédita sobre la desigualdad en las familias. El análisis del uso del tiempo ha permitido además la aproximación al valor económico del cuidado y a su aporte a la riqueza de los países, cuestionando seriamente el vacío analítico de la economía tradicional en este campo.
El cuidado en acción
El debate sobre el cuidado asignado cultural e históricamente a las mujeres ocurre simultáneamente mientras se producen profundos cambios sociológicos y demográficos y surgen importantes movimientos sociales de mujeres que cuestionan y visibilizan el trabajo doméstico no remunerado. Este avance se refleja en el hecho de que aproximadamente en 14 años (de 1994 a 2008) la proporción de mujeres sin ingresos propios se redujo en 11 puntos porcentuales lo que sugiere que la dedicación a las labores domésticas en forma exclusiva ha dejado de ser una actividad y condición recurrente de un número cada vez más grande de mujeres.
En 1975, con ocasión de la realización de la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer en México, se aprueba el primer instrumento internacional destinado a promover sistemáticamente la integración de las mujeres en el desarrollo: el Plan de Acción Mundial, en él aparece como tema central el cuidado. Los Estados Miembros de las Naciones Unidas deciden complementar este instrumento con directrices regionales.
En 1977 los países miembros de la CEPAL elaboran y aprueban en La Habana el Plan de Acción Regional sobre la Integración de la Mujer en el Desarrollo Económico y Social de América Latina. El Plan de Acción de 1977 es un anticipo de la cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Beijing en 1995, es la misma generación de mujeres que en la década de 1960 estuvo reflexionando y que hoy se encuentra en distintos niveles de toma de decisiones en sus países.
De manera más particular, durante la Conferencia de Quito y la Conferencia de Brasilia se analizó entre los gobiernos el tema del cuidado. Cuatro países han colocado al cuidado en el máximo nivel legislativo: la Constitución de sus países. Estos son el Ecuador, el Estado Plurinacional de Bolivia, la República Bolivariana de Venezuela y la República Dominicana.
Como se constata en el Observatorio de igualdad de género de América Latina y el Caribe, las mujeres no han alcanzado la igualdad ni la autonomía, en gran medida, porque no se quebró el cimiento básico de esa desigualdad que es la división sexual del trabajo y la consiguiente naturalización del trabajo doméstico como responsabilidad femenina. De hecho, el 12,9% de las mujeres en la región cuando encuentra un trabajo lo hace como trabajadora doméstica y cuando migra también entra a la economía monetaria por la vía de prodigar cuidados a terceros.
Dado que la división sexual del trabajo es tan antigua, hay que preguntarse por qué hoy adopta el carácter de un problema social urgente. Esto ocurre, sin lugar a dudas, debido a factores demográficos como la longevidad y la calidad de vida de hombres y mujeres, la transición demográfica que ocasiona que las mujeres pasen de cuidar niños a cuidar ancianos, las transformaciones familiares, las cadenas globales de cuidado en que la migración de las mujeres adquiere relevancia para las remesas y la subsistencia familiar y, por último, pero no por ello menos importante, porque las mujeres más o menos educadas quieren autonomía económica, tener ingresos propios y aprovechar el capital educativo obtenido.
La llamada crisis del cuidado no es otra cosa que un síntoma de emancipación de las mujeres. Ocurre sobre todo porque el movimiento feminista en América Latina forma parte de los procesos de modernización política y cultural y de los procesos generales de conquista de derechos sociales. (?) Desmontar el sistema de género, desde esta perspectiva, es una labor que necesariamente implica la creación de una constelación de fuerzas: allí deben converger elementos del mercado, del Estado, de los derechos y de la cultura. El eslabón más complejo de desmontar es el de la cultura patriarcal, pues requiere de cambios sustantivos mediante la creación de contenidos simbólicos en la memoria colectiva. Fuente: Sonia Montaño, "El cuidado en acción" en El cuidado en acción. Entre el derecho y el trabajo. Sonia Montaño Virreira y Coral Calderón Magaña, coordinadoras, 2010. Publicación de las Naciones Unidas. LC/G.2454-P.
La situación en América Latina en general no ha cambiado, lo que predomina es la no política de cuidado. En esto existe una queja: es la ignorancia del espacio privado por parte de los hombres. Con la incorporación de la mujer en el mundo laboral se da un salto y el tema de cuidado comienza a existir como un tema de todos y todas.
En la región el trabajo doméstico es realizado por mujeres que son pobres. En este sentido, ha sido un gran paso la reforma previsional de Chile y el Uruguay.
El hecho de que el Estado reconozca que las mujeres no cotizaron porque estaban cuidando hijos es un paso muy importante. En la undécima Conferencia Regional sobre la Mujer realizada en Brasilia, el año 2010, se estableció que el trabajo de las mujeres tiene dos caras: el trabajo no remunerado (de cuidado) y el trabajo remunerado. Partiendo de esta premisa, para lograr la igualdad entre los géneros en la sociedad se debe redistribuir la carga de trabajo total: es decir de trabajo remunerado y no remunerado. Igualmente, se ha enfatizado que un entorno facilitador del cuidado requiere de varios recursos como la infraestructura social, el tiempo para cuidar, los recursos financieros, los servicios de cuidado. Entre las respuestas gubernamentales, se puede observar que programas desarrollados en México y Chile, son exitosos en ese aspecto. Las Estancias Infantiles y Chile Crece Contigo muestran cómo el Estado ha asumido un rol creciente en la organización del cuidado infantil. También Uruguay viene desarrollando el diseño de un sistema nacional de cuidados integrados de las personas dependientes, en particular niñas y niños, personas adultas mayores y personas con discapacidades.
Para lo cual, se ha creado en mayo de 2010 la Comisión de cuidados que coordina un importante número de instituciones públicas.
Fuente:
http://www.eclac.cl/cgi-bin/getprod.asp?xml=/mujer/noticias/paginas/5/43245/P43245.xml&xsl=/mujer/tpl/p18f-st.xsl&base=/mujer/tpl/blanco.xslt